Con frecuencia se vuelven insoportables, peleadores y repiten su deseo de que “no se metan en su vida”. Para la familia de una adolescente, no queda mucho más que aguantar que el tiempo pase, el chico crezca y, así, supere los conflictos propios de una edad tan complicada.
Sin embargo, los adultos a su cargo no deben restarle atención ya que, por muchas ganas que tenga de estar solo, difícilmente un jovencito de entre 14 y 18 años pueda prescindir del apoyo de los mayores. Estar atentos, aunque sin entrometerse en su intimidad, podría ser una buena clave.
Como la adolescencia es el momento en que los chicos experimentan cosas nuevas para, precisamente, probarse a sí mismos, el abuso de alcohol y sustancias tóxicas es una de las conductas más comunes.
Aunque en todos lados se advierte sobre los riesgos asociados, pocas veces se hace referencia explícita a los efectos concretos que la ingesta desmedida de alcohol y drogas provoca en los cerebros de los jovencitos.
En esta línea se ubica el trabajo titulado Cerebros chatarra, que recientemente presentó el Dr. Guillermo Fernández D'Adam, consultor en Psiquiatría, en el marco del II Simposio Argentino de Psiquiatría, Psicopatología y Salud Mental, organizado por la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM), a fines de noviembre pasado.
El profesional hace referencia allí a las “averías” que se producen por culpa de estos abusos y que pueden ocasionar descontroles que llevan a peleas y violencia, accidentes y situaciones de sexo no seguro. “Las estructuras cerebrales alteradas por los tóxicos sufren mayores consecuencias cuanto a menores edades se las someta a esas agresiones y el envejecimiento prematuro es inevitable.
Ello va generando deterioros evolutivos que bajan la calidad del cerebro, es decir, se va chatarreando”, explicó Fernández D’Adam.
Ante la consulta de Hoy, el especialista explicó que, aunque la ingesta excesiva afecta toda la estructura cerebral por igual, “las primeras funciones que se dañan son las de ejecución, decisión, y control de impulsividades”.
En ese sentido, precisó que “el abuso de alcohol barre los frenos morales y culturales, y por eso hay transgresión y conductas impulsivas”. Asimismo, Fernández D’Adam señaló que cuando hay deterioro tóxico, los mecanismos cerebrales complejos que se desencadenan ante un estímulo no se activan, entonces la persona empieza a tener conductas automáticas y a perder funciones básicas como el razonamiento o la proyección individual hacia el futuro.
Fuente: Diario Hoy
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