domingo, 27 de febrero de 2011

"Para la belleza, la tecnología no sirve de nada"

El notable orfebre porteño visitó Bahía Blanca como parte de su gira nacional "Vení a cincelar el bastón del próximo presidente", y conversó sobre los múltiples símbolos y herencias que rodean al viejo oficio de dominar fuegos y metales en nombre del arte.

     A fines de 1982, el orfebre Juan Carlos Pallarols recibió un llamado de la Casa Militar, el organismo encargado del protocolo y ceremonial dentro de la Casa Rosada: debía encargarse de preparar el nuevo bastón de mando presidencial.
     Pallarols, entonces, propuso modificar el estilo de un atributo que se había mantenido por medio siglo, desde la jura de Agustín Justo en 1932. A su criterio, el bastón utilizado por los mandatarios argentinos era demasiado europeo, con reminiscencias monárquicas que lo alejaban de su perfil natural de república latinoamericana.
  La idea que ofreció era simple, pero atractiva en su simbolismo: reemplazar la empuñadura y el regatón de oro por plata 925 ("Argentina viene de Argentum , que significa plata en latín"), cambiar la caña de malaca por el urunday rubio, una madera del norte del país ("no se quiebra, no se dobla ni se corrompe, y brilla por su propio lustre natural"), y modificar los ornatos del escudo, agregándole 24 flores de cardo ("una por cada provincia"), además de tres pimpollos ("por las islas del Atlántico Sur").
     La iniciativa fue aceptada con gusto por el entonces flamante presidente, Raúl Alfonsín, y el nuevo modelo quedó instaurado como el bastón oficial de los mandatarios que lo sucedieron.
     Claro que, antes de la elección que llevó a Cristina Fernández de Kirchner a la Casa Rosada, Juan Carlos Pallarols tuvo otra idea por fuera de lo convencional.
     Decidió trasladar su estudio-taller del barrio porteño de San Telmo al resto del país para que miles de ciudadanos colaboraran con el forjado del bastón, mediante pequeños golpes de cincel sobre las piezas de plata.
     Así fue como recorrió ciudades y pueblos, recibiendo la ayuda anónima de unas 700 mil personas, que dejaron su pequeña marca en la historia, como una forma de saludo para la posteridad.
     Ahora, cuando faltan menos de diez meses para otra transmisión del mando, el maestro orfebre comenzó a preparar un nuevo bastón --el noveno consecutivo a su cargo--, con la misma modalidad de trabajo colectivo que en 2007.
     Ese camino, que culminará en la primera semana de diciembre, tuvo su escala más reciente en Bahía Blanca.
     En una de las mesas del Gambrinus, "La Nueva Provincia" conversó con el orfebre más famoso del país, el mismo que puede exhibir en su currícula trabajos para clientes como el Vaticano, las casas reales de España, Holanda y el Reino Unido, Nelson Mandela, Bill Clinton, François Miterrand, Frank Sinatra, Plácido Domingo, Alain Delon, Jane Fonda y Jacqueline Bisset, entre otros.
     --¿Por qué el bastón de mando presidencial genera tanta fascinación en la gente?
     --Porque es un símbolo de poder, un símbolo del padre, un símbolo fálico. Tiene una magia especial. Algo similar a la que tenían el cuchillo o el rebenque que le entregaba el gaucho al hijo, y que ya había sido propiedad del abuelo. Es como una herencia, el legado de un símbolo poderoso.
     --¿Esa es la explicación de por qué todos quieren sumarse a su realización?
     --Lo que le apasiona a la gente es sentir que están interviniendo de algo tan importante como el cambio de gobierno. Quieren ser parte de la historia. Incluso, mucha gente que se acerca a colaborar con un golpe de cincel, toca el bastón y se pone a rezar, a pedirle cosas. Este es un mensaje que los políticos deberían tener en cuenta, para que sepan de una vez que la gente necesita participar. Sinceramente, yo los veo, los escucho y me emociona.
      --¿Por qué la plata, el material más habitual en sus obras, siempre está considerada un par de escalones por debajo del oro?
     --Es simplemente una cuestión de valor de mercado. Pero yo considero que la plata es mucho más bella que el oro. Tiene las mismas cualidades para el arte: es dúctil, maleable, una coloración más linda y además tiene la gracia del óxido. La plata está viva, es como la luna, su brillo y su luz dependen de cómo va girando. Es mágica.
     --Esa magia, casi alquímica, parece propia de un arte en extinción, ¿es así?
     --No, de hecho creo que estamos mucho mejor que hace 25 años. Hay una revalorización de lo antiguo, de lo artesanal. La gente, por suerte, se está dando cuenta de que la globalización es una m... Sólo sirvió para que 4 o 5 vivos se queden con el mejor pedazo de la torta.
     --¿Hay algo de la modernidad que sea útil para un oficio como el suyo? ¿Las nuevas tecnologías, por ejemplo?
     --En absoluto. Para la belleza o la inspiración, la tecnología no sirve de nada. Puede haber mejoras en algunos accesorios que sirven para el trabajo, como los anteojos, los teléfonos o la iluminación. Pero, dentro del taller, las herramientas y las técnicas son las mismas de siempre.
     --¿Eso es lo que diferencia a un oficio de otras actividades?
     --El oficio tiene una cuestión casi religiosa. Fijate, ¿dónde se libera un oficio? En un juzgado, en una escribanía y también en una misa. Se oficia un escrito, una misa o una comunión. Pasa lo mismo con las profesiones, que vienen de profesar. Lo otro es vulgar laboro.
      --Sé que le gusta considerarse a sí mismo como un artesano, ¿le molesta que suelan llamarlo "artista" o "maestro"?
     --El problema es que no creo en el arte como tampoco creo en los artistas. Que me digan "maestro" no me molesta; lo tomo como un elogio. Pero "artista", nunca pretendí serlo. Yo quiero ser un gran artesano del metal y por eso me parece raro cuando me llaman "artista". Yo me llamo Juan Carlos.
--Si pudiéramos analizar toda su obra, desde los primeros trabajos de la mano de su abuelo hasta el bastón presidencial que está haciendo hoy, ¿podríamos encontrar algún hilo conductor? ¿existe algún mensaje en común?
   --Sí, no sé si ese mensaje es subliminal o explícito. Creo que debe referirse a cómo una familia humilde vivió con dignidad y alegría durante cien años, al calor del fuego, con el repiqueteo de los martillos, viendo las chispas del acero al ser trabajado. Nunca buscamos la fortuna. Sí la belleza.
 --Y en esa búsqueda, ¿cuántos secretos tienen todavía los metales para usted?
 --Tiene muchos más secretos de los que conozco. Cuando ponés el material al fuego, quizá quedó un resto de aceite o entró una ráfaga de aire frío, y entonces cambia de color, se mueve, responde diferente. La plata, en ese sentido, es como una persona. No todos los días sonríe igual. Y afortunadamente, todavía no perdí la capacidad de sorpresa.

Quién es
 Juan Carlos Pallarols nació el 2 de noviembre de 1942 en la localidad de Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires.
Sexta generación de una familia de orfebres, su relación con la platería proviene de la Cataluña de 1750, de la mano de su abuelo chozno, Vicente Pallarols, y continúa a través de las artes de su tatarabuelo Rafael, su bisabuelo Vicente II, su abuelo José y su padre Carlos.
 A él, que descubrió los metales como un juego de infancia, le tocó formar a a su vez a la séptima generación, integrada por dos de sus cinco hijos, Adrián y Carlos Daniel, y también a la octava, su nieta Meritxell, una adolescente de 15 años que parece particularmente hábil en el manejo de martillos y cinceles.
Cordial, abierto al diálogo tanto con clientes como Benedicto XVI como con cualquier vecino, es habitual encontrarlo en su taller-estudio-galería en la calle Defensa 1094, frente a la plaza Dorrego. Allí suele estar junto al fuego, como no podría ser de otra manera.

Mariano Buren/"La Nueva Provincia"

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